Ana Mauricia (1601-1666) fue la primogénita de los ocho hijos nacidos del matrimonio formado por Felipe III y Margarita de Austria-Estiria.
Este retrato pertenece a una tipología frecuente en las cortes europeas del momento; a través de la imagen de los pequeños infantes se trasmitía la continuidad de la dinastía y se presentaba al nuevo vástago a las demás casas reales. Felipe III y Margarita de Austria desearon dar noticia del nacimiento y crecimiento de su primera hija a los principales gobernantes europeos y por ello encargaron un elevado número de retratos, algunos de ellos enviados a Viena y a Inglaterra.
Durante el reinado de Felipe III la mayoría de estos retratos fueron realizados por el pintor vallisoletano Juan Pantoja de la Cruz, cuya formación tuvo lugar en Madrid en el taller de Alonso Sánchez Coello.
En este retrato, la infanta Ana Mauricia tenía pocos meses de edad. Aparece sentada sobre un almohadón, hecho que indica que aún no sabía caminar. La presencia de este elemento, realizado en terciopelo carmesí y ornamentado con galón dorado y borlas de pasamanería, alude además a la relevancia del personaje retratado que, en este momento, por tratarse de la primogénita, era esencial para la perpetuación de la dinastía.
La infanta viste la indumentaria propia de los niños que aún eran lactantes: lleva prendas de color blanco entre las que destaca el babador que le cubre el pecho y el regazo. Este mandil se adornaba con ricos encajes, presentes también en otras partes de la vestimenta como el cuello y los puños.
Sobre su pecho destaca una gran cruz latina de oro y diamantes de la que pende otra de menor tamaño. A ambos lados, lleva dos medallones con reliquias de santa Ana, su santa patrona, y de la Santa Espina. La infanta sujeta en su mano derecha una rama de coral, el mismo material de uno de los dijes que lleva en su cinturón. El coral era considerado como la mejor protección ante las enfermedades.