Tribulaciones de la vida humana
Descripción
Esta composición se considera una recreación del cartonista que realizó los tapices de la serie de «Las tentaciones de san Antonio» y que suele relacionarse con el pintor Pieter Brueghel (1526/30-1569). La inspiración para este tapiz procede de la tabla central del tríptico, realizado por El Bosco (1450-1516), titulado El carro de heno (1512-1515).
Esta serie se asentó por primera vez, en las colecciones españolas, en el reinado de Felipe IV (1605-1665), posiblemente gracias a la herencia del emperador Rodolfo II de Habsburgo (1552-1612) que, como indica Almudena Pérez de Tudela (2014), a su vez la había adquirido en la almoneda de bienes del cardenal Antonio Perrenot de Granvela (1517-1586). Originalmente, la serie constaba de cinco paños, pero a las colecciones españolas nunca se asentó ese último, que debió perderse antes.
Casi la totalidad del tapiz está ocupada por una gran esfera de cristal transparente, rematada por una cruz latina, a modo de globo terráqueo. Esto simboliza el mundo que flota a la deriva en un mar repleto de animales monstruosos. Este se encuentra muy agitado y todas las representaciones fantásticas que posee se dedican a sobrevivir, siendo unos devoradas por otras. Como apunta Concha Herrero Carretero (2016), la composición se ha interpretado como una alegoría de las atrocidades cometidas por los hombres, en su búsqueda sin escrúpulos de la riqueza.
El carro del heno alude, según comentaba el padre Sigüenza, acerca de la pintura homónima de El Bosco, a las palabras del profeta Isaías: «Toda carne es como el heno y todo el esplendor como la flor de los campos. El heno se seca, la flor se cae» (Isaías 40, 6). Se trata, pues, de un símbolo de la vanidad y su carácter perecedero. Se distinguen ciertas diferencias entre la pintura de El Bosco y el tapiz. Una de las más significativas es la sustitución de la pareja cortesana, que corona el montón de heno en el tríptico, por tres animales diabólicos que reparten gavillas a los dos cortejos formados por diferentes estamentos de la sociedad más pudiente, entre los que se aprecian estandartes con flores de lis y águilas habsbúrgicas. Completa el conjunto la representación del mundo eclesiástico con la imagen del papa, de pie al frente de obispos, cardenales, monjas y clérigos, los primeros en abalanzarse sobre la carga, en una clara crítica a sus prebendas. Junto a ellos, los otros grandes protagonistas son los desastres producidos por el mal y sus aliados, como los robos y asesinatos del primer plano —consecuencia de la cólera y la avaricia—, la guerra, la ciudad en llamas y la muerte, personificada en un esqueleto con manto azul que sesga con su dardo las vidas de los hombres sin respetar jerarquías.
Texto: Roberto Muñoz Martín