En este periodo la infancia comienza a tener mayor relevancia y surgirán los carruajes para niños. El primer carruaje de la futura reina Isabel II (1830-1904) fue encargado por los reyes Fernando VII (1784-1833) y María Cristina (1806-1878) a Manuel Díaz Cervantes en 1831, maestro de coches de las Reales Caballerizas, cuando aún la pequeña heredera no había cumplido un año. Es un coche descubierto, con capacidad para un único ocupante. La caja está decorada con pinturas que representan en sus carros a Apolo y Diana como alegorías del día y la noche respectivamente, además de los blasones reales en los testeros.
Debido a su pequeño tamaño, estaba pensado para ser tirado por perros o carneros. Tiene un sistema de suspensión muy original y elaborado para un vehículo de estas dimensiones.